LA
MIRADA
PROMISCUA
Es un ensayo sobre el erotismo y las fantasías, sobre las historias imposibles, los momentos fugaces, sobre lo efímero, narrado a la manera de serie fotográfica.
Sobre la foto-secuencia
“No hay método de creación de imágenes más sorprendente y simple que el de la ‘serie fotográfica´. La imagen aislada pierde su identidad y se convierte en parte de un todo, en elemento esencial de un conjunto”. Lázló Moholy-Nagi, ‘Photographers on photography’, Prentis Hall, New York. Fragmento extraído de la revista Cámera, edición en francés, Lucerne, 1972.
Formalmente
La mirada promiscua tiene como referente una época histórica de la Fotografía, y cito como su máximo representante a Duane Michals.
Advertencia
Ada, Hélène y Li Ming son personajes casi reales.
ADA
Vedado, La Habana, abril de 2013
Se levantó de la mesa en la que llevaba rato sentada y con su caminar de pasarela se dirigió al camarero con el cigarrillo levemente sostenido entre sus dedos índice y anular. El mulato, ante el gesto universal, sacó del bolsillo de su delantal un encendedor y le ofreció la llama en actitud reverente. Ella, bajando ligeramente la cabeza, dio la primera bocanada y exhaló algo de humo, agradeciéndole el detalle de modo imperceptible, sin mirarle a la cara. Entonces, el muchacho, aún con la llama prendida, dejó escapar en forma de susurro la frase nunca más olvidada:
“Si no fumaras ‘fueras’ perfecta...”
Ella sonrió para sus adentros mientras con su caminar de pasarela regresaba a su mesa, y entonces…
HÉLÈNE
Clignoncourt, París, julio de 2014
En el desarrollo narrativo de ese tema Hélène impone su criterio de manera litúrgica. Yo me convierto en un mero voyeur, en testigo mudo de su mensaje críptico. El culto al cuerpo, a la armonía del movimiento, el culto al deseo que lleva al placer, que también lleva al dolor. La aceptación del dolor como algo intrínseco del placer.
“Le corps parle à travers le mouvement” es el lema de la vida de Hélène.
LI MING
Sheung Wan, Hong Kong, agosto de 2016
En diferentes días, a diferentes horas, acerco la cámara al cristal de la ventana y busco exactamente el mismo encuadre de siempre, milimétricamente, y disparo; a veces el sonido del obturador es breve y seco, y otras veces se prolonga y arrastra y parece que no va a acabar. La luz y la oscuridad juegan su papel en ello y en todo lo demás. Procuro que cada encuadre sea igual que todos los anteriores, ensimismado en mi obsesión, absorbiendo la luz, los ruidos, el fragor del tráfico, alguna sirena.
Se llama Li Ming. Nos conocimos esperando ambos la luz verde de un semáforo. Fue todo muy fácil, se cruzaron nuestras miradas como en cámara lenta y ella me dijo ‘my name is Li Ming’.
Desde entonces, sin fallar un día, a distintas horas, a veces de madrugada, Li Ming llama con sus nudillos, casi imperceptiblemente, y yo abro la puerta de mi habitación. Ella debería ignorar esa obsesión de voyeur que me lleva a estar fotografiando, desde esa ventana del hotel, la misma imagen urbana, de manera compulsiva a lo largo del día, por días y días. Sin embargo intuyo cierta complicidad con su sutil juego paralelo, porque entra silenciosamente, se desnuda y se masturba. Lo hace para mi. Y lo hace siempre igual, con exquisita delicadeza, sobre la cama, sin tan siquiera llegar a retirar la colcha blanca que la cubre, siguiendo siempre el mismo protocolo: una acción en suave in crescendo que acaba en controladas sacudidas. Y así como ha llegado se va, y al quedarme de nuevo a solas visiono con avidez las imágenes y, siendo siempre lo mismo lo que cada día fotografío, las imágenes que van apareciendo en la pantalla son siempre diferentes.
Tengo la sensación de hallarme montado en un tiovivo, girando y girando, atrapado en un círculo cerrado y onírico.
* Historia inspirada en cierta secuencia de la película SMOKE, de Paul Auster, dirigida por Wayne Wang e interpretada por Harvey Keitel y William Hurt (año 1.996).