EL
TIEMPO
DETENIDO

Introducción al libro publicado por Editorial Lunwerg, Barcelona, 1995

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La Habana es uno de estos vocablos/concepto potentes y misteriosos para quienes a mediados de los sesenta éramos adolescentes. Viet-kong, telón de acero, guerra fría, podrían ser otros. Vivíamos en el lado libre del mundo y en las pantallas de nuestros televisores, en blanco y negro, en la ONU Krushchef daba el zapatazo, Castro rugía interminables discursos, los B-52 desgranaban rosarios de bombas sobre el norte de Vietnam y Kennedy era asesinado en directo.

Desde aquella España cerrada y sofocante, con envidia pudimos seguir el mayo francés y las protestas de la juventud norteamericana. Todas aquellas imágenes se mantienen muy frescas en mi mente.

Muchos de nosotros, desde la distancia, creímos en el mensaje romántico, pinchamos el póster del Ché en nuestras habitaciones universitarias, leímos a Neruda, asistimos a los conciertos de Silvio y de Pablo coreando sus letras, memorizándolas: Vivo en un país libre….

Después, el tiempo comenzó a pasar velozmente.

Hoy, en 1995, regresando de un largo pero fugaz viaje por ese tiempo, me he situado en La Habana y he fotografiado todo lo que de ella me ha sorprendido, lo que ha golpeado mis retinas y mi sensibilidad, me refiero esa Habana profunda, doliente, conversadora, sensual, deteriorada, culta y, sobre todo, vital.

En realidad, El Tiempo Detenido es un reencuentro conmigo mismo. Una visión puramente personal y subjetiva, emocional, y probablemente tan incompleta como discutible. Pero a nadie debo dar explicaciones por ello.

 


La Habana, diciembre de 1995

La Habana.
El tiempo detenido, 1995
Pedro Coll
Lunwerg Editores, Barcelona
Tapa dura, 120 páginas

Basilio Baltasar. Del prólogo a El tiempo detenido.

El viaje que aquí propone Pedro Coll es el itinerario del ojo que no habla, que ni tan siquiera tiene por qué escuchar. Sólo mira. Altera con su cámara la escena de las calles de La Habana pero su presencia es fugaz. Es el documentalista ideal de la antropología: la curiosidad infinita, el gran respeto por las gentes y su modo de vida, la vocación por lo verídico, la desconfianza científica.

En realidad el mito al que apunta el fotógrafo es el del hombre invisible. Es este arquetipo el que rige su trabajo. Verlo todo, registrarlo todo sin que nadie se moleste.

En ausencia de tal maestría Pedro Coll adopta la posición más parecida, la cordialidad. Con una educación exquisita, con una elegancia afectuosa, Pedro Coll ha visitado La Habana. Se ha paseado como un suspiro, de puntillas.

Palma de Mallorca, 1995

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